Diálogos. Educación & Comunidad. Org.: APEX Cerro. 18 de mayo de 2020.
¿Cómo democratizar la enseñanza? Tiempos de coronavirus.
Prof. Tit. Dr. L. Nicolás Guigou
DCHS, IC, FIC, UDELAR.
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Para entonces, la temporalidad de la peste ya se manifestaba en los días de la demente con su valija andariega, en la inevitable ausencia de duelo cuando el conocimiento muere y es perentoria y necesaria su sustitución por otra cosa.
Arte en tiempos de la peste (fragmento I).
Alejandro Cruz, Hekatherina C. Delgado, Jorge Idel, L. Nicolás Guigou, 2020.
I. Democratización de la educación.
Interrogarse acerca de la democratización de la educación, particularmente de la universitaria, resulta, en principio, paradójico. No habría una educación más democrática que aquella que se postula a sí misma como universal, esto es, legible por diferentes marcos culturales, adaptable a matrices heterogéneas, traducible y productora de un lenguaje científico común y compartido –al menos hipotéticamente- por toda la especie humana.
Sin embargo, sabemos que la universalidad de las universidades, es, al menos, relativa.
Se trata en realidad de una toponimia y una topología peculiar y específica que se traza en el espacio de lo que se sabe en una singularidad cultural dada. Es más: esa multiplicidad de lo que se sabe, constituye esa singularidad cultural universitaria y pretendidamente planetaria. Conocido es que los nombres que se van colocando en un territorio, lo terminan constituyendo. Así, la educación universitaria, -parte del gesto que desencanta el mundo-, señaliza y nombra un adentro y un afuera del saber, un conocimiento esotérico y universal –el universitario- y uno exotérico, profano, vulgar, poco relevante, cuya utilidad asume la imagen de una rica materia prima o eventual combustible para la producción de un conocimiento más complejo y profundo. Lo que no se sabe, excrecencia de la multiplicidad de lo que se sabe, constituye siempre el lugar del conocimiento-otro, del otro del conocimiento, del conocimiento del otro, incapaz de adentrarse en la matriz universitaria sin quedar subsumido a alguna racionalidad superior, interpretante, analizante, objetivante, de un mundo auténticamente social, humanizado y antropocéntrico, generado en una mezcla asimétrica de saberes legítimos e ilegítimos, y que la educación y el matraz alquímico del discurso universitario, establecen como ciertos de manera veraz e incuestionable.
La búsqueda de hacer girar esta situación – no hay más que giros en el parloteo de esta parte del mundo-, trató de asentar la democratización de la educación universitaria, la ampliación pues de su discurso, augurando la accesibilidad plena, tratando de vencer los prejuicios de clase, de género, étnico-raciales y demás barreras o techos de cristal que impedían –e impiden- el tránsito universitario de las singularidades identitarias que habitan los espacios (locus, loci) conformados desde esos lugares.
Las modulaciones y transformaciones identitarias ordenan dichas singularidades en el espacio, el discurso y la enseñanza universitaria occidentalizada con sus desbordes constitutivos -una versión de los mismos incluyen los peculiares desdoblamientos que asume la impronta decolonial en el marco de instituciones caucásica, atrapadas cada vez más en una espesa malla cosificada orientada hacia la gestión y la administración total- , y que muestra los desdoblamientos de una racionalidad que intenta por una parte, dar cuenta, lugar, espacio, a un conjunto de diálogos más allá de nuestras concepciones sobre Occidente, emergiendo entonces los lugares comunes de la inter y la transculturalidad, los fragmentos, en fin, de las cosmologías emancipatorias desencantadas de las propias singularidades culturales-, a lo que se debe sumar, la totalidad de las performances de la inclusión e invención de territorios post-patriarcales en la espacialidad universitaria, y, por otra parte, la inevitable ampliación de una racionalidad institucional preestablecida, que genera desbordes por doquier a través de inclusiones universitarias varias, sin trastocar ni afectar los ejes fundamentales de la misma.
El problema siempre será el mismo: ¿se puede democratizar una racionalidad específica, sin alterar definitivamente otras? ¿Y qué significa o cuáles son los sentidos que adquiere esta democratización, qué intervenciones y movimientos de las diferentes singularidades culturales y minorías construyen otra topología y otra toponimia en el espacio de las universidades, considerando que el inevitable destino de dicho espacio, -y sin que intervengan aquí anhelos, proyecciones y fantasías sociales-, consiste en la producción y reproducción de aquellas viejas clases sociales y también de aquella vieja división social del trabajo?
O de las nuevas. La virtualización de las universidades, el actual uso de diferentes plataformas para continuar con la educación, el discurso y el espacio universitario, parecen inaugurar una etapa de democratización del conocimiento sin límites y sin secretos, ni iniciaciones por etapas. O tal vez sí, pero debiendo sortear los flujos de la virtualización de las más heterogéneas estructuras de conocimiento, afectando la esfera más íntima del espacio universitario.
A su vez, en esta temporalidad de la peste, nos vemos ante el registro permanente de las clases, las conferencias, los diálogos, conversatorios, laboratorios abiertos, procesos de investigación en plena ciborgización, que evidencia y visibiliza, lo que ya sabíamos: la mayoritaria impostura del conocimiento, su mera actuación, la desconexión y mutilación simbólica plena, entre aquellos, aquellas y aquelles depositarios de una forma u otra de las configuraciones y tradiciones de pensamiento propias a las racionalidades institucionales del mundo analógico, conteniendo éstas, con todo, una suerte de contrasentido, de conflicto, de extraña ajenidad, o alienación o en fin, de locura institucional, que clona en la virtualización universitaria, la práctica de reproducción de modalidades de conformaciones virtuales propias a la década de los ’90 del Siglo XX (último momento agonístico del mundo analógico, protovirtualidad de la racionalidad universitaria, actualizada en esta contemporaneidad bajo un gesto retro en la comunicación, la escritura, e inclusive, la bibliografía para tratar de comprender nuestra muy actual situación).
En estas clonaciones, ampliadas y modificadas por la multiplicidad de escenarios que llaman a la desmaterialización de las instituciones, se performatiza el abundante y común desinterés por el conocimiento, desacoplándolo de cualquier articulación deseante, desdibujándolo en prácticas instrumentales orientadas hacia la gestión, la administración, y las radicales e hiperbólicas formas de abstracción, que reflejan, en su fractalidad perversa, la monstruosidad de lo pequeño que reproduce lo grande, en su futilidad y ausencia.
Como expresamos en la textualidad presente en Arte en tiempos de la peste:
Porque el tiempo de la peste es el tiempo de las cosas, de las cosas muertas. Operando con ellas y en ellas, la tecno-burocracia vive su mejor momento, su orgasmo pleno. Y dado que cualquier burocracia está compuesta por seres muertos y en descomposición, la peste es, al menos para ellos, una distracción amigable. Su odio al conocimiento es vehemente, profundo, abismal. Ellos son la peste. Así pues, el arte en tiempos de la peste, no es un arte en principio amable. Que los pseudosafectos queden para los nombres violentamente recortados bajo un supuesto buen trato, que se expandan en las tertulias superficiales sobre una incierta producción de sentido, que se afinquen en las sonrisas y abrazos demagógicos y falsos. El arte en tiempos de la peste, es un arte de la urgencia, la muerte y el desastre, que acepta el apocalipsis colonial huyendo del juego suicida contemporáneo, para esbozar por fin un campo de posibilidades en que el deseo y el conocimiento vuelvan a aunarse en otra humanidad.
Arte en tiempos de la peste (fragmento II).
Alejandro Cruz, Hekatherina C. Delgado, Jorge Idel, L. Nicolás Guigou, 2020.
II. Conocimiento, deseo y lúmpenes.
En esta separación dramática entre el conocimiento y el deseo –en un espacio como el académico, que al menos, de manera tenue, lo promete-, no resulta baladí traer una y otra vez la figura del lumpen o bien de la lumpenización de las instituciones vernáculas dedicadas, en principio, al conocimiento. La lumpenización de las instituciones locales orientadas a la producción, circulación y transmisión de conocimiento, no tiene tanto que ver con las mil y unas formas de precarización del trabajo intelectual y científico presentes y existentes (aunque las incluye), sino con la gestación gradual y sostenida de diferentes mafias corporativas en las esferas de producción de conocimiento, encargadas de distribuir los escasos recursos existentes en términos de investigación (financiación de proyectos), otorgamiento de becas, premios, puestos de trabajo y en fin, diferentes fondos y posibilidades financieras existentes. Asimismo, la lumpenización local de las instituciones generadoras de conocimiento, incentiva que los sujetos, sujetas y sujetes más maleables y porosos éticamente, ocupen los principales lugares en el inevitable núcleo político encargado de la toma de decisiones en dichas instituciones.
La lumpenización de las instituciones académicas y científicas de la comarca, la impunidad con la que llevan adelante sus acciones y performances políticas-institucionales las lúmpenes, los lúmpenes y les lúmpenes dominantes de dichos espacios, nos obliga a construir una mirada más allá de meras prácticas, antojos o desajustes individuales, considerándolas pues como parte cierta de tramas institucionales claramente lumpenizadas y corruptas.
De esta forma, la figura del lumpen se modifica, trasladándose de ámbito: ya no se trata de auscultar los bordes y la periferia del mundo social, ensañándose con los más desamparados y golpeados, los más estigmatizados y desvalidos, otorgándoles este nombre, este calificativo (lumpen). El lumpen ahora está entre nosotros, en lo que otrora llegó a ser un campo de conocimiento científico y académico de alguna valía, al menos en términos regionales. Es esa figura cuasi empresarial, especialista en el lobby, vacío de contenido e ideas, que logra obtener sus apoyos institucionales y políticos mediante la distribución de prebendas y castigos. Especialistas en la difamación, la persecución y la promoción de seres que no le hagan sombra (después serán sus descendientes y herederos en el campo institucional del conocimiento), son la expresión clara de la desgracia y orfandad del conocimiento en la contemporaneidad de nuestro país. La muerte del deseo, pues. Por esto, cuando el poeta Jorge Idel hace referencia a esos rostros horroros, esos cuerpos descompuestos, no se puede sino recordar a estos seres habitantes del lupanar del pseudo-conocimiento, que operan en términos de impostura permanente.
III. Modalidades de imposturas.
La impostura del conocimiento es difícil de ser mantenida con cierta verosimilitud en el tiempo. ¿Cómo esa masa lumpen se mantiene en pie? ¿Cómo se puede engañar, generación tras generación a ese alumnado con primaria y secundaria finalizada? ¿Cómo clases plagadas de lugares comunes, errores e inutilidades, exposiciones inciertas y superficiales de corrientes de pensamiento y autores apenas conocidos por el docente, pueden reiterarse una y otra vez en cada ciclo pedagógico?
Bien, primero está la infantilización permanente del estudiantado mediante prácticas pedagógicas que no se conforman a través de una dialógica en pos del conocimiento, sino por medio de una curiosa mezcla en la que ingresan la gestación de una relación contractual docente-alumno, la manipulación afectiva y la cooptación a través de frágiles puestos en las estructuras académicas y científicas (o bien, en esferas vinculadas a la mismas). El permiso, el ingreso al campo de conocimiento en calidad de funcionario permanente del mismo, deberá contar con la bendición de las corporaciones dominantes de turno.
Dichas corporaciones se constituyen en términos de relaciones de amistad, de parentesco, de cercanías políticas, de clase, de género. así como de diferentes rasgos comunes que pueden augurar y establecer los diferentes corporativismos capaces de producir y reproducir el mundo de las diferentes redes lumpenizadas.
Por tanto, para el caso uruguayo, no cabe pensar la democratización de la educación terciaria en términos de bienes culturales, simbólicos y académicos en posesión de una minoría, para llegar así a un colectivo más amplio, ya que dichos bienes no se encuentran mayoritariamente presentes. Nos encontramos por el contrario con una multitud de casos, donde se reitera la mera impostura, la repetición y la cansina reproducción.
Otra estrategia de la lumpen, el lumpen o le lumpen (la figura de ese ser lumpenizado atrae múltiples estrategias), consiste en apropiarse e ingresar en la máquina burocrática de las instituciones destinadas al conocimiento. En el Uruguay, por poseer una cultura burocrática y administrativa de larga data, esta estrategia tiene amplio rédito.
A partir de allí, una cantidad de términos emergen. La gestión o la construcción institucional pasan a ser un fin en sí mismo, y las formas de producción de conocimiento quedan subsumidas al gestor. El gestor termina dominando la producción de conocimiento, burocratizando al mismo. El resultado es la anulación de la capacidad creativa ínsita a la propia gestación de conocimiento, perdiéndose cualquier capacidad hermenéutica, afectiva y simbólica –diríamos corporal- dejando en su lugar, a la excrecencia de la impostura. La fatal conjunción de burocracia y lumpenización, viabiliza la reproducción institucional de las corporaciones de lúmpenes, y la proyección de su mal, de su inscripción fatal, en las generaciones venideras.
Para finalizar, resulta fundamental detenerse en una de las estrategias más relevantes (y dañinas) de la lumpen, el lumpen o le lumpen en el espacio de conocimiento. Se trata de la impostación de la bondad. Dado que la lumpen, el lumpen o le lumpen no poseen, por su propia naturaleza, mecanismo de autorregulación ética y moral de algún orden –son seres desdoblados en su accionar socio y sicopático-, cubren sus acciones espurias, casi cotidianas en el espacio del conocimiento, asumiendo buenas causas, trabajando teóricamente en cercanía con los sectores populares, militando en estructuras políticas que manifiestan preocupaciones sociales. Por eso no resulta para nada extraño encontrar a estos seres trabajando en supuestas (muy supuestas) tareas de extensión, vinculados a la temática de derechos humanos, o enarbolando banderas de diferente orden. Bajo este escudo de infinita bondad, la lumpen, el lumpen o le lumpen hacen su trabajo real: promoverse y ascender en las instituciones destinadas al conocimiento y obtener cada vez más y más poder sobre los humanos y las cosas. Daría la impresión que confunden la inmortalidad con el hecho de su impunidad coyuntural y ciertamente local y terrenal. En fin.
V. A modo de conclusión.
La democratización de la enseñanza, el discurso y la mutante racionalidad universitaria, lo que podríamos llamar su apocalipsis colonial, implicaría la deconstitución de la propia racionalidad universitaria, de su discurso y de su espacio, de manera de irrumpir en los diferentes bloqueos y desvíos con otros estilos, cuerpos, acciones y estructuras de conocimiento, sean las provenientes del profundo saber silenciado de amplios sectores de la población, sean las llegadas desde otros formatos y modalidades más intersticiales y articuladoras de gestación deseante de conocimiento, conformadas entonces en otros horizontes, otros espacios, nombres y territorios. Bajo otros soles. Este movimiento implicará el final de su elitismo lumpenizado.