Video de la presentación de libros sobre la socio-espacialidad.

lunes, 11 de febrero de 2013

La renuncia de Benedicto XVI





La renuncia de Benedicto XVI y el desencantamiento de Occidente.

Occidente se desencanta por doquier. Cada vez más maquinizado y sobrehumano, cada vez más rutinizado y obeso, el espíritu de Occidente – la llama metafísica de la Iglesia Católica y su fuego, que supo avivar tantas hogueras, aunque no precisamente para hacer un asado- parece decaer un poco más, desencantarse en sus múltiples revisionismos, en sus supuestas razones signadas por la Divinidad. ¿No era acaso el Papa el representante de Dios en la Tierra? ¿No asistía el Espíritu Santo o alguna entidad tal vez indefinida a las autoridades eclesiásticas a la hora de la elección papal? Todo esto parece socavarse, auto-absorberse, frente a una Alta Modernidad tan burguesa, tan terrenal, tan utilitaria. En definitiva, tan ordinaria y vulgar.

Y he aquí un Papa que renuncia – según se nos dice- por problemas de salud, vejez y variados achaques. Por falta de fuerzas para seguir con su función divina. Es el hombre que renuncia a la representación de Dios en la Tierra. Un papa fatigado, enfermo  (¿pero qué hubiera pasado si Jesús se hubiese cansado de hacer milagros o de difundir parábolas?) que posible  – y humanamente- también quiere escapar a la decrepitud pública de los últimos tiempos de Juan Pablo II y su peculiar manejo por la burocracia vaticana.

El Papa renuncia. Como un viejo profesor, un aduanero, un dirigente de marketing, un líder político, un jefe de panaderos. El Papa abandona el puesto principal de la única teocracia de Occidente motivado por su frágil salud. Un hombre consciente de sus limitaciones, y ante todo, un funcionario atinado. De la razón sustantiva a la instrumental, de la divinidad a la rugosa realidad. Una imagen más de este Occidente desencantado, desdivinizado, que exige de los sacerdotes, los artistas y los intelectuales que hagan sus deberes, que incorporen plenamente las constricciones institucionales, y particularmente, que abandonen toda esperanza de encontrar alguna chispa divina en sí mismos y en los demás.

© L. Nicolás Guigou, 11 de febrero de 2013.