Video de la presentación de libros sobre la socio-espacialidad.

Guigou- Clase 1- Curso ARTE Y COMUNICACION- LICENCIATURA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACION, UNIVERSIDAD DE LA REPUBLICA, 2010.

Guigou- CLASE 1- ARTE Y COMUNICACION-LICENCIATURA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACION, UNIVERSIDAD DE LA REPUBLICA, URUGUAY

                  
                                                                                                           

Prof. Agr. Dr. L. Nicolás Guigou
Curso Arte y Comunicación- Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, UDELAR, Uruguay.

Primera clase, nov. de 2010.

                 http://antropologiaguigou.bligoo.com.ar/
Universidad de la República, Uruguay.
Sistema Nacional de Investigadores (SNI), ANII, Uruguay.
Primera Clase, noviembre de 2010.
La definición del arte  - precisamente su definición-  se encuentra en los inicios de la constitución del campo artístico, en la medida que conlleva a la elaboración de un conjunto de prácticas socio-culturales diferentes y diferenciadoras, sea  en términos de redes institucionales, discursos y signos culturales (arbitrarios culturales) socialmente valorados como arte.
Dado que –como en cualquier campo, la legitimación está construida por los agentes que dominan en el campo y establecen los criterios de verdad estética, de definición del arte, y peculiarmente de  los  valores de esa verdad  determinado también por niveles de articulación, diferenciación y yuxtaposición con otros campos sociales- la definición de arte ha sido problemática precisamente desde los orígenes en tanto campo, diferenciándose así de  por las relaciones de fuerza y las relaciones de sentido propias de ese campo, en los cuales la singularización de  lo específicamente artístico depende de la posición – y las transformaciones en esas posiciones y en esas relaciones-  de los agentes que poseen las condiciones para  llevar adelante el criterio legítimo que marca y demarco a la dimensión artística desde su singularidad
Por otra parte, las preguntas y comentarios que convoca este trabajo  tienen también que ver con el  Curso “Arte y Comunicación” que dicto anualmente en la Universidad de la República (LICCOM, UDELAR).  Por una parte, las tesis institucionalistas son en cierto sentido, inevitables, y remitirían a la desesencialización de la obra – en sus weberianos tipos ideales de objeto o proceso- en tanto descaracterizadas de rasgos diacríticos que esencialmente y naturalmente indicasen la singularidad de dimensiones y elementos que por sí mismos pudiesen percibirse como arte. Dado, por tanto que no hay elementos naturales que definan  ni en el sistema de objetos, ni en el sistema de sujetos, ni tampoco en las tramas que aúnan y confunden el uno con el otro, la definición, singularidad antropológica – y socio-cultural- queda sujeta a un conjunto de arbitrarios, precisamente de arbitrarios culturales, que definirán  ¿que es el arte?, ¿cuáles  son los elementos que definen que es una obra de arte (sea en su objetualidad, su acento en el proceso e inclusive en su desaparición)? ¿cuáles son las rasgos que caracterizan y diferencian a las/los artistas del resto de los seres humanos?  Con relación a los procesos de diferenciación, ¿la diferenciación en el sistema de sujetos (artistas), objetos (obras de arte en su amplio sentido) posee ajustes o desajustes temporales, históricos? La dimensión social  del mundo artístico, ¿no está montada ella también sobre la diferenciación de lo simbólico, sobre la expulsión social en términos colectivos de lo considerado socialmente artístico, en particular del  mundo del trabajo?  En este sentido, dado que los seres humanos somos inevitablemente simbólicos[1],  la autonomización del arte – su construcción como sujeto y especificidad en la trama socio-cultural- cargaría en sí misma  (Benjamin) las marcas inevitable de su emergencia de un mundo en el cual el sojuzgamiento nunca estaría dado únicamente por la violencia directa, sino también por el poder simbólico (Bourdieu).
¿Qué nos dice este poder simbólico? Que las culturas no únicamente se constituyen sobre arbitrarios culturales, sino que los mismos  conforman relaciones de sentido imbricadas en relaciones de fuerza.
¿Por qué insistir tanto en estas relaciones de sentido?  Porque la construcción de sentido,  se estructura  sobre matrices  clasificatorias mediadas e interpenetradas por relaciones de poder. De allí que el tránsito de  la arbitrariedad del signo lingüístico pasa a signo cultural, bajo la premisa que las relaciones entre signos culturales están dadas por relaciones asimétricas de poder. La clasificación no es únicamente diferenciación y distinción, sino que dicha distinción indica los signos culturales más valiosos – en este caso el arte- y aquellos que lo son menos. ¿Quién indicaría la valía de esos signos culturales? Los agentes del campo artístico expresados en profesiones de lo más  variadas, de las que cabe destacar – obviamente- a los artistas, los críticos de arte, curadores, tribunales de museos y concursos, dueños de instituto, fundaciones (también museos) , galerías. También los educadores y aparatos pedagógicos que forman a todos estos agentes (y son parte del campo). Las revistas, editoriales, medios de comunicación que posee este campo – habitado en buena parte por los agentes ya mencionados – desempeñan un papel fundamental en el constante trabajo de legitimación del campo artístico. El campo artístico requiere –desde que se asentó en la interpelación como eje- de una legitimación permanente en tanto sus signos de valía pueden ingresar a otros campos (bien aumento el valor de ese signo cultural artístico, bien disminuyéndolo) y requiere ser diferenciado también (y a veces) debidamente combinarse con la arquitectura, el diseño, la publicidad, la artesanía y otros tantos productos culturales.
Tanto el lugar de la interpelación como la porosidad del contemporáneo campo artístico, hacen que el mismo trabaje sistemáticamente en su singularización, diferenciación legitimada y legitimante. En esta dirección, el campo artístico posee como efecto ser un eterno devaluador de los símbolos culturales que no se encuentran en su ámbito, poseyendo, asimismo –por efecto de su lugar de interpelador- la capacidad de transitar y apropiarse de lenguajes provenientes de otros mundos culturales, siempre bajo la estética de la interpelación.
Bajo esta perspectiva, llegaríamos  a la dimensión artística no únicamente diferenciada como una mera autonomización de esferas (Weber), o como parte de un proceso  de desencantamiento – y reencantamiento parcial-  del mundo , sino a los límites de legitimación del arte en nuestra cultura, que son los mismos que indican su especificidad. Hasta aquí una sociología del arte que expresaría el mundo liminal de las razones sociales del arte con otras que requieren nuevamente reenviarnos al ser humano como ser simbólico. Una larga tradición que diferencia lengua/habla nos hace olvidar que los seres humanos en tanto seres humanos no practicamos únicamente una sociología situacional del significado, en el mero sentido de la clasificación, sino que arte en su dimensión pos-sociológica, y sin caer en teorías sustancialitas- logra monopolizar la necesidad de significación, no en el sentido de tener la posibilidad real de obliterar otras significaciones sociales, sino por el camino de su mayor prestigio y valor, al mismo tiempo que cristaliza las posibilidades – constreñidas socialmente- de las posibilidades  (y necesidades) de expresión simbólica de nuestra especie.
Por eso, al quitarle el manto aurético, no olvidemos que su promesa está en la interpelación y en la movilización de estructuras simbólicas profundas que nos constituyen como sujetos. 

L. N.G.





[1]  Somos inevitablemente simbólicos, porque, entre otros aspectos nuestras matrices clasificatorias nos permiten construir estos arbitrarios culturales, en el marco de las relaciones de fuerza y de sentido (Guigou, 2010).