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Estoy en Barcelona, en una tarde más fría que fría. Qué
bueno. En Barcelona. Hablo con los amiguetes artistas y antropólogos.
Comunistas, anarquistas, independentistas. Todavía miran con sus ojos y fuman
mucho, Y beben mucho. Qué bueno. Lejos quedan esos seres abyectos, torvos,
envidiosos, ladrones y malos. Qué bueno. Lejos en el sur. Por suerte, lejos de
ellos. De sus cárceles, sus conspiraciones, sus rostros horrorosos, sus cuerpos
descompuestos. Qué bueno. Hablamos de surrealismo, de Gaudí, de las venceduras
contra el zapato mágico y brujeril. Qué bueno. Hablamos de la revolución. Pero
ahora debo volver abajo, a la parte del sur que me tocó, a esa parte
polvorienta, burocrática, maldita, administrativa, infeliz y moral. Que me den
fuerzas los genios de aquí, las fuerzas luminosas, para soportar la miseria
humana que allí lo envuelve todo, lo opaca y lo mata. Que me den fuerzas.