Es así que las mitologías nacionales
–que descansan sobre la
piedra angular
y las reglas de comunicación del pensamiento mítico de la
especie
y por otra parte, son constreñidas por la razón utilitaria de ser
sometidas a los proyectos políticos
de tal o cual estado- se encuentran en constante cuestionamiento,
inclusive cuando se exhiben
en su seguridad
patriótica, con sus héroes fundacionales, sus
leyendas de sacrificio y valor,
sus himnos, sus valores y tradiciones perennes e incambiables,
su vocación de
construir empatías
colectivas y generar comunidades con un destino común.
Cuando las mitologías de la nación dejan de relatar, cuando
las
narrativas comienzan a presentarse
deshilvanadas,
cuando la comunidad deja de creer en sus mitos, pero sobre todo,
cuando se comienzan a inventar,
descubrir o visibilizar
(utilizando todos los intersticios del caso) otros y
otros mitos,
es que la necesidad de tomar los viejos trozos simbólicos de la
nación, se vuelve casi
una tarea urgente, una necesidad para que otras
racionalidades, afectividades y símbolos
emerjan o simplemente, se dejen ver.