La Televisión Orientalista.
L. Nicolás Guigou[1]
Introducción.
La construcción del acontecimiento y la producción del acontecimiento mediático parecen, al inicio, resultar intercambiables. No hay pues, producción del acontecimiento mediático sin su construcción. Por otra parte, la construcción del acontecimiento mediático, conforma una dimensión fundamental de la producción del mismo. Sin embargo, ambas etapas de dicha modalidad de acontecimiento no son equivalentes. Puede ser de utilidad para tensionar esta diferencia entre construcción y producción del acontecimiento mediático, convocar, traer a escena, nuestras actuales preocupaciones sobre el mundo árabe.
Digamos que ya la mera postulación de un único mundo árabe – un mundo que puede ser visto como singular, único, idéntico, solamente bajo una perspectiva etnocéntrica y homogeneizadora asentada en un Occidente también imaginado-, se encuentra plenamente imbuida de una vocación orientalista, en el sentido de Said. La construcción de una distancia permanente, una misteriosa lejanía – inclusive en un mundo globalizado e hipercomunicado- posee como subsuelo la citada vocación orientalista.
Orientes.
En el espacio de este Orientalismo cabe desde un temor casi traumático de Occidente hacia el Islam, hasta la seducción que el más amplio y diversificado mundo árabe atrae a una mirada occidental plena de exotismo. Oriente – el precisamente llamado Cercano Oriente, (pero, ¿cercano a quién?)- resultaría el lugar de la antigua sabiduría, la magia y el misterio, el ámbito de las grandes culturas, los secretos arqueológicos, la búsqueda de los orígenes, las religiones fundacionales. Inclusive el lugar donde estaba el Edén.
Pero ese Oriente, lugar de nacimiento de la sabiduría, espacio de sus exposiciones más elevadas, ese Oriente, que por veces se muestra como parte de la Edad de Oro de la Humanidad, se encuentra muy alejado en el tiempo. Es un Oriente que carece de vinculaciones con el Oriente contemporáneo, el cual – siguiendo la perspectiva orientalista de Occidente -es congénitamente bárbaro, inestable, no democrático e inseguro. La alteridad se construye aquí no solamente por la lejanía geográfica, sino también por la disociación temporal. A un Oriente idéntico a sí mismo a través del tiempo, cerrado al acontecimiento, circular y eterno – el antiguo y sabio Oriente- se le suma un Oriente contemporáneo, si bien a este último se le retira el tiempo. No hay historicidad ninguna en la exposición mediática de los conflictos en Egipto, Túnez o Libia. Todo surge “de repente” y “de la nada”.
La mediatización del Oriente – del Cercano Oriente, teniendo por curiosa referencia geográfica un lugar cada vez más indeterminado llamado Occidente – llega a su plenitud, bajo los diseños que ya Said veía en su libro intitulado justamente “Orientalismo”. Aunque también los orientalismos se mezclan: por una parte tenemos el Oriente del origen, surgiendo en programas de Historia enlatada de la TV: las Pirámides, Galilea, la Kabalah, los sufíes, los genios, las alfombras voladoras, Las Mil y una Noches. Por otra parte, las crisis políticas, revueltas, ocupaciones militares: un Oriente contemporáneo, incontrolable, que necesita ser remodelado a través de la punición y educación, como parte de una intervención radical en su esencia bárbara y no democrática.
Como decíamos, los orientalismos se entremezclan. En una entrevista recientemente publicada (La Diaria, 24.2.11) el ministro de Antigüedades de Egipto Zahi Hawass, trata de defenderse de su eventual connivencia con el régimen depuesto de Mubarak aludiendo a su condición de científico.
En medio de las revueltas, en dicha entrevista, el ministro hace referencia a los robos ya ocurridos en el Museo del Cairo, a su lucha por la vuelta de Nefertiti a Egipto y a su presencia física en las manifestaciones en la plaza de Tahrir contra el gobierno. En medio de las acusaciones de todo calibre, el arqueólogo se defiende de las diatribas que le lanzan sus jóvenes colegas -los cientos de arqueólogos sin trabajo que Egipto produce- diciendo que en realidad, tras las falsas denuncias hacia su persona (que van desde su alineamiento político con el régimen, la monopolización de la investigación arqueológica en las tierras del Nilo, y más), lo que sucede realmente es que Egipto carece de presupuesto para contratar a todos los profesionales de la arqueología que produce.
La protesta arqueológica surgiría así del resentimiento de los profesionales desocupados.
Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol: un campo académico sobredimensionado que no logra dar trabajo a personas calificadas, defendiendo los agentes que lo integran sus diferentes lugares de poder (o de marginación del mismo).
Es así que el Oriente contemporáneo golpea al viejo y sagrado Oriente, trayendo consigo cuestionamientos varios al mediático Dr. Zahi Hawass, una figura tan frecuente, una presencia conocida por millones de televidentes de todo el mundo a través de los enlatados de programas de televisión supuestamente históricos. El Dr. Zahi Hawass, un personaje común en la producción de los acontecimientos mediáticos orientalistas, resulta de este modo, una sutura, una inscripción entre uno y otro Oriente.
La iluminación de Oriente.
Oriente vuelve una vez más para iluminarnos, y así comprender la construcción del acontecimiento mediático, su piedra angular: el mismo requiere de la distorsión de temporalidades varias.
Pero con esta distorsión no es suficiente. Requiere asimismo de una membrana exótica para que esa temporalidad distorsionada pueda ser naturalizada. Y para el caso del acontecimiento mediático orientalista, nada mejor que reafirmar esa membrana exótica por medio de la re-codificación de una distancia y una lejanía socio-espacial ya existente, que posee su densidad cultural, histórica y geográfica.
Ahora bien, la producción del acontecimiento mediático – en este caso, acontecimientos mediáticos orientalistas- implica precisamente tener en cuenta los efectos de realidad de la construcción del acontecimiento. Esto es, la ampliación mediática de la distorsión temporal, que en su vocación orientalista, hace constantemente alusión a un Oriente naturalmente conflictivo e inestable, como si se tratase de algo por sí mismo evidente e incuestionable, (y por lo tanto, sin orígenes ni historia en su conflictividad), entrecruzado con un otro Oriente, ese Oriente antiguo que en su majestuosidad profunda sigue siendo tan interpelante para los esquemas racistas de la siempre reafirmada superioridad Occidental.
La producción del acontecimiento mediático recibe diversas apropiaciones y re-significaciones en la babel de las comunidades de informados. Y sobre todo, genera enormes dosis de reflexividad. Contra ella, se moviliza el montaje (la construcción) del acontecimiento mediático: información linealizada, inconexa que produce el desconocimiento dando paradojalmente por sentado que el informado todo lo sabe. Fragmentos que tratan de remitir a una condición inestable, volcánica y natural del Oriente. Porque, no lo olvidemos, el Oriente es así.
[1] Profesor Agregado del Dpto. de Antropología Social (FHUCE, UDELAR). Profesor Agregado de la Cátedra de Antropología Cultural (Dpto. de Ciencias Sociales y Humanas, LICCOM, UDELAR).